Hace
años que las Naciones Unidas optaron por dedicar determinadas fechas a
acontecimientos o temas específicos con el fin de promover sus objetivos,
mediante la concienciación y la acción. Por lo general, son los Estados miembros
quienes proponen estas conmemoraciones y es la Asamblea General quien las
aprueba a través de las correspondientes resoluciones, en las que suele hacer una descripción de la motivación que
justifica proclamar día internacional una determinada fecha. Además de los
Estados, los organismos especializados como UNESCO, UNICEF, FAO y otros, también
promueven las declaraciones cuando se trata de cuestiones relativas al ámbito
de sus competencias. De esta manera se ha ido conformando un amplísimo calendario,
con días, semanas, años y décadas, que se actualiza constantemente porque se acuerdan
nuevas conmemoraciones con cierta frecuencia. El uso de un calificativo u otro
para distinguir los días (internacional, mundial, universal, de la ONU…) no
supone diferencia alguna en cuanto a su naturaleza. Responde tan solo a las
preferencias del promotor o promotores de la propuesta. Actualmente se
conmemoran 150 días internacionales en los que se pretende sensibilizar, concienciar, llamar la atención
o señalar que existe un problema sin resolver, o un asunto
importante y pendiente, para que los gobiernos y los estados actúen y
tomen medidas, o, en su defecto, para
que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes.
Pues
bien, el 3 de mayo de 2011, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó
una resolución declarando el 30 de julio como el Día Internacional de la Amistad. El texto de la disposición
recuerda las metas y los objetivos de la Declaración y el Programa de Acción
sobre la Cultura de Paz, reconoce la pertinencia y la importancia de la amistad
como sentimiento noble y valioso en la vida de los seres humanos de todo el
mundo, reitera que la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las
personas puede inspirar iniciativas de paz y ofrece una oportunidad de tender puentes
entre las comunidades, así como de honrar la diversidad cultural. En suma,
afirma categóricamente que la amistad puede contribuir a los esfuerzos de la
comunidad internacional por promover el diálogo entre las civilizaciones, la
solidaridad, la comprensión mutua y la reconciliación.
En
nuestro grupo de whatsup, Pascual decía hace poco que “la fortuna había pasado
de largo en Santapola”, refiriéndose a la Lotería del Niño. Y nuestro querido
Antonio García corregía su lamento apostillando que “la suerte ya la hemos
tenido a lo largo y ancho de nuestra vida, y seguro que la seguiremos
teniendo”. Aserto unánimemente refrendado con sendas ovaciones disfrazadas de
emoticonos, y sonoras interjecciones, como ¡olé!, ¡crack!, o ¡qué grande eres!
Es innegable que somos grandes afortunados, como lo es que, a poco que miremos
más allá de nuestras narices, simplemente a la ventana de enfrente, nos
percataremos que no son precisamente el talante amistoso y las actitudes
conciliadoras las disposiciones de ánimo o las formas de ser que priman entre
las personas. Mucho menos en las últimas semanas en las que una horda de
políticos insensatos han endurecido el tono de sus discursos, incorporando a sus
declaraciones un desusado repertorio de expresiones crispadas, vocablos
belicistas y soflamas incendiarias, que están contribuyendo a crispar
innecesaria e irresponsablemente a la ciudadanía y que amenazan la ansiada paz
social. Y no era de esto de lo que se trataba, sino de todo lo contrario. Nos
proponíamos responder una vez más, activa y participativamente, a la llamada de
la amistad. Porque nosotros no solo celebramos el gran concierto de la amistad
cada 30 de julio, sino en cuantas ocasiones se tercia, que explícitamente son
por lo menos seis u ocho al año. Tácitamente, somos amigos todos y cada uno de
los días y en esa confianza vivimos. Ya lo decía Luis, “qué fácil es dialogar en
esta mesa”. Y bien que echamos todos de menos que no sea así en cuantas se
constituyen, cualquiera que sea su finalidad.
Hoy
nos habíamos citado en Alicante, en el Restaurante el Castell, en el Polígono
de San Blas, que es el barrio de Sofo y el mío; y hemos hecho pleno. Allí
estábamos puntualmente, poco después del mediodía, los nueve habituales que,
tras los protocolarios abrazos, hemos liquidado las primeras cervezas y algún
vino blanco para acompañar unas raciones de pulpo a la gallega y sendos platos
de panchitos, que nos ha obsequiado Pascual para celebrar su recentísimo
aniversario. Desde allí hemos enfilado la calle Teulada y nos hemos dirigido a
la Urbanización Haygón, en San Vicente del Raspeig, más concretamente al
restaurante del mismo nombre donde nos habían preparado una mesa redonda –sin
duda la mejor opción para comer a gusto– en la que nos hemos acomodado de
inmediato. Sofo había pactado un menú a base de raciones de jamón y queso,
langostinos hervidos, pescadito frito, calamar a la andaluza y ensalada de la
casa, a las que han seguido sendos arroces de magro con verduras y a banda,
acompañado todo ello de un vino blanco en botella azul, de nombre Añil, que ha sido objeto de alguna
chanza contextualizada en el debate político del día, netamente influenciado
por el panorama andaluz, catalán y del conjunto del país, y muy singularmente
por el montaraz comportamiento de las derechas. Con menos pena y algo más de
gloria ha transitado el crianza de Rioja que nos han descorchado para acompañar
aperitivos y cereales. Una porción de tarta, cortejada por un helado, ha puesto
fin al menú.
Como
habíamos previsto, inmediatamente, nos hemos desplazado a la terraza exterior
para facilitar a los fumadores que mitigasen sus ansias y dar cuenta de los
cafés y las copas. Verdaderamente se trata de un espacio bien resguardado de
los rigores de la intemperie, en el que hemos hecho una placentera sobremesa,
degustando las refacciones que suelen rematar nuestros encuentros, trufadas con
la inefables interpretaciones de Antonio Antón, que siempre concitan la
admiración de propios y extraños, como también sucedió en esta ocasión. Hoy
traía bien ordenadas las letras de sus canciones en una nueva, roja y luciente
carpeta que acogía novedosas propuestas, entre otras Llorona y Maccorina, de
Chavela Vargas; también Mercedes Sosa nos recordaba sus Gracias a la vida y la Canción
con todos. Lluís Llach nos ofrecía por enésima vez sus mejores deseos en la
coreada Que tinguem sort y, a modo de
remate, un popurrí incluyó, entre otras, Solo
le pido a Dios, de León Gieco y M. Sosa; Cançó de les balances, de Ovidi
Monllor; la Bella Ciao; Somos, de Mario Clavel y Chavela; Non ho l'età, de la recordada Gigliola
Cinquetti; Mis manos en tu cintura, de
Adamo y Sapore di sale, de Gino
Paoli.
Entre
tanto, casi sin apercibirnos empezaban a caer las luces y se aproximaba la hora
de la despedida. Como siempre, entre plácemes y abrazos, hemos disuelto el
encuentro, emplazándonos para el próximo 9 de abril. Será en La Vila y Tomás oficiará de anfitrión. Seguro que nos sorprenderá gratamente. Mentrestant, que tinguem sort, amics!
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