sábado, 9 de febrero de 2019

Crónicas de la amistad: Alicante (28)

Hace años que las Naciones Unidas optaron por dedicar determinadas fechas a acontecimientos o temas específicos con el fin de promover sus objetivos, mediante la concienciación y la acción. Por lo general, son los Estados miembros quienes proponen estas conmemoraciones y es la Asamblea General quien las aprueba a través de las correspondientes resoluciones, en las que suele hacer una descripción de la motivación que justifica proclamar día internacional una determinada fecha. Además de los Estados, los organismos especializados como UNESCO, UNICEF, FAO y otros, también promueven las declaraciones cuando se trata de cuestiones relativas al ámbito de sus competencias. De esta manera se ha ido conformando un amplísimo calendario, con días, semanas, años y décadas, que se actualiza constantemente porque se acuerdan nuevas conmemoraciones con cierta frecuencia. El uso de un calificativo u otro para distinguir los días (internacional, mundial, universal, de la ONU…) no supone diferencia alguna en cuanto a su naturaleza. Responde tan solo a las preferencias del promotor o promotores de la propuesta. Actualmente se conmemoran 150 días internacionales en los que se pretende sensibilizar, concienciar, llamar la atención o señalar que existe un problema sin resolver, o un asunto importante y pendiente, para que los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas, o, en su defecto, para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes.

Pues bien, el 3 de mayo de 2011, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución declarando el 30 de julio como el Día Internacional de la Amistad. El texto de la disposición recuerda las metas y los objetivos de la Declaración y el Programa de Acción sobre la Cultura de Paz, reconoce la pertinencia y la importancia de la amistad como sentimiento noble y valioso en la vida de los seres humanos de todo el mundo, reitera que la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las personas puede inspirar iniciativas de paz y ofrece una oportunidad de tender puentes entre las comunidades, así como de honrar la diversidad cultural. En suma, afirma categóricamente que la amistad puede contribuir a los esfuerzos de la comunidad internacional por promover el diálogo entre las civilizaciones, la solidaridad, la comprensión mutua y la reconciliación.

En nuestro grupo de whatsup, Pascual decía hace poco que “la fortuna había pasado de largo en Santapola”, refiriéndose a la Lotería del Niño. Y nuestro querido Antonio García corregía su lamento apostillando que “la suerte ya la hemos tenido a lo largo y ancho de nuestra vida, y seguro que la seguiremos teniendo”. Aserto unánimemente refrendado con sendas ovaciones disfrazadas de emoticonos, y sonoras interjecciones, como ¡olé!, ¡crack!, o ¡qué grande eres! Es innegable que somos grandes afortunados, como lo es que, a poco que miremos más allá de nuestras narices, simplemente a la ventana de enfrente, nos percataremos que no son precisamente el talante amistoso y las actitudes conciliadoras las disposiciones de ánimo o las formas de ser que priman entre las personas. Mucho menos en las últimas semanas en las que una horda de políticos insensatos han endurecido el tono de sus discursos, incorporando a sus declaraciones un desusado repertorio de expresiones crispadas, vocablos belicistas y soflamas incendiarias, que están contribuyendo a crispar innecesaria e irresponsablemente a la ciudadanía y que amenazan la ansiada paz social. Y no era de esto de lo que se trataba, sino de todo lo contrario. Nos proponíamos responder una vez más, activa y participativamente, a la llamada de la amistad. Porque nosotros no solo celebramos el gran concierto de la amistad cada 30 de julio, sino en cuantas ocasiones se tercia, que explícitamente son por lo menos seis u ocho al año. Tácitamente, somos amigos todos y cada uno de los días y en esa confianza vivimos. Ya lo decía Luis, “qué fácil es dialogar en esta mesa”. Y bien que echamos todos de menos que no sea así en cuantas se constituyen, cualquiera que sea su finalidad.

Hoy nos habíamos citado en Alicante, en el Restaurante el Castell, en el Polígono de San Blas, que es el barrio de Sofo y el mío; y hemos hecho pleno. Allí estábamos puntualmente, poco después del mediodía, los nueve habituales que, tras los protocolarios abrazos, hemos liquidado las primeras cervezas y algún vino blanco para acompañar unas raciones de pulpo a la gallega y sendos platos de panchitos, que nos ha obsequiado Pascual para celebrar su recentísimo aniversario. Desde allí hemos enfilado la calle Teulada y nos hemos dirigido a la Urbanización Haygón, en San Vicente del Raspeig, más concretamente al restaurante del mismo nombre donde nos habían preparado una mesa redonda –sin duda la mejor opción para comer a gusto– en la que nos hemos acomodado de inmediato. Sofo había pactado un menú a base de raciones de jamón y queso, langostinos hervidos, pescadito frito, calamar a la andaluza y ensalada de la casa, a las que han seguido sendos arroces de magro con verduras y a banda, acompañado todo ello de un vino blanco en botella azul, de nombre Añil, que ha sido objeto de alguna chanza contextualizada en el debate político del día, netamente influenciado por el panorama andaluz, catalán y del conjunto del país, y muy singularmente por el montaraz comportamiento de las derechas. Con menos pena y algo más de gloria ha transitado el crianza de Rioja que nos han descorchado para acompañar aperitivos y cereales. Una porción de tarta, cortejada por un helado, ha puesto fin al menú.

Como habíamos previsto, inmediatamente, nos hemos desplazado a la terraza exterior para facilitar a los fumadores que mitigasen sus ansias y dar cuenta de los cafés y las copas. Verdaderamente se trata de un espacio bien resguardado de los rigores de la intemperie, en el que hemos hecho una placentera sobremesa, degustando las refacciones que suelen rematar nuestros encuentros, trufadas con la inefables interpretaciones de Antonio Antón, que siempre concitan la admiración de propios y extraños, como también sucedió en esta ocasión. Hoy traía bien ordenadas las letras de sus canciones en una nueva, roja y luciente carpeta que acogía novedosas propuestas, entre otras Llorona y Maccorina, de Chavela Vargas; también Mercedes Sosa nos recordaba sus Gracias a la vida y la Canción con todos. Lluís Llach nos ofrecía por enésima vez sus mejores deseos en la coreada Que tinguem sort y, a modo de remate, un popurrí incluyó, entre otras, Solo le pido a Dios, de León Gieco y M. Sosa; Cançó de les balances, de Ovidi Monllor; la Bella Ciao; Somos, de Mario Clavel y Chavela; Non ho l'età, de la recordada Gigliola Cinquetti; Mis manos en tu cintura, de Adamo y Sapore di sale, de Gino Paoli.

Entre tanto, casi sin apercibirnos empezaban a caer las luces y se aproximaba la hora de la despedida. Como siempre, entre plácemes y abrazos, hemos disuelto el encuentro, emplazándonos para el próximo 9 de abril. Será en La Vila y Tomás oficiará de anfitrión. Seguro que nos sorprenderá gratamente. Mentrestant, que tinguem sort, amics!

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