En mi casa, como en casi todas, tenemos colgado un block de
notas en la puerta del frigorífico. Bien mirado, no es exactamente un block,
porque es una pequeña tableta de plástico que sujeta una especie de octavillas
recicladas, que mi esposa trae del colegio en el que trabaja cuando se las ofrece
el conserje, que reutiliza así los excedentes de papeletas sobrantes de las
contiendas electorales que siempre tienen allí algunos de sus colegios. Por
otro lado, la verdad es que tampoco está colgado, sino sujeto con un imán que
lo adhiere a la puerta, mimetizado entre una cuarentena de pegatinas-imán que
nos recuerdan algunos viajes que nuestros familiares y amigos han hecho por ese
mundo: desde La Habana a París o desde Nueva York a Berlín, pasando incluso por
Bocairent y Doñana. De todo puede encontrarse allí, porque ya se sabe lo
socorrido que es el imán para el frigo, especialmente cuando, ya en el
aeropuerto o en la estación, reparamos en que hemos olvidado comprar un
recuerdo para alguien.
Cuando hoy he puesto la mesa para la comida del mediodía, he
advertido que escaseaban las servilletas y, como de costumbre, me he dirigido a
nuestro block para anotar la circunstancia y evitar el olvido cuando vayamos a
hacer la compra semanal. Pero esta vez había algo diferente que ha llamado mi
atención. Un bolígrafo de color verde estaba sujeto a la tableta por su clip. Ciertamente,
no sería nada extraño si no fuera porque, desde hace años, el bolígrafo que
suele estar allí es de cualquier color, menos verde. ¿Y por qué?. Sencillo. Mi
esposa requisa cuantos bolígrafos verdes tiene a su alcance. ¿Y para qué?. Pues
para hacer lo que no debiera (la mayoría de los profesores lo hacemos o lo hemos hecho igualmente), es decir,
corregir en casa las tareas escolares de sus alumnos (ejercicios, trabajos,
exámenes…) con bolígrafos de ese color, que prefiere a los de cualquier otro.
Pero, ¿qué importancia tiene una anécdota semejante?. Pues considero
que la tiene, y mucha. Creo que con esa acción, sea intencionada o
circunstancial, consciente o inconsciente, ha dado corporeidad a su vivencia del
importante cambio de estatus que le espera a la vuelta de la esquina. Me parece
que, dejando el bolígrafo verde junto al bloc de notas, lo ha desposeído de su
cualidad de herramienta de trabajo y lo ha devuelto a su categoría de objeto
de uso común. Y tal vez sea la primera de sus decisiones relacionada con la
condición de jubilada que estrenará a mediados de agosto. Con ese gesto,
imaginariamente, abandona su rango de maestra y se reencuentra con su
propia persona, desnuda, integra y
desposeída de la atribución que ha venido adjetivándola durante las dos
terceras partes de su vida.
Ello me lleva ineludiblemente a pensar en las muchas decisiones que le quedan por tomar. También reflexiono sobre el año de reacomodo que tengo vivido y que ella deberá afrontar. Especulo sobre la “nueva vida” que se ofrece ante los dos: sin obligaciones laborales, libres después de cuarenta y tantos años ininterrumpidos de obligaciones y devociones. Demasiadas cosas, otras tantas incertidumbres. La vida, al fin y al cabo.
Ello me lleva ineludiblemente a pensar en las muchas decisiones que le quedan por tomar. También reflexiono sobre el año de reacomodo que tengo vivido y que ella deberá afrontar. Especulo sobre la “nueva vida” que se ofrece ante los dos: sin obligaciones laborales, libres después de cuarenta y tantos años ininterrumpidos de obligaciones y devociones. Demasiadas cosas, otras tantas incertidumbres. La vida, al fin y al cabo.
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