martes, 5 de julio de 2016

Cincuentenario.

No todos las semanas se puede celebrar un cincuentenario. La duración de la vida apenas alcanza para conmemorar algunos y me he propuesto festejar los que considero que merecen la pena. Dentro de pocos días acontecerá uno de ellos, el de mi llegada a esta ciudad, Alicante. Fue durante el mes de julio de 1966. Justo el año en que salió a la venta el Seat 850 –tuve la oportunidad de disfrutar de uno de ellos algún tiempo después– y se estrenaron películas como Fahrenheit 450, de F. Truffaut o La jauría humana, de Arthur Penn, con Marlon Brando, Robert Redford, Angie Dickinson y Jane Fonda. ¡Ahí es nada! También pudimos ver Hace un millón de años, ¿Qué hiciste en la guerra, papi?, Golfus de Roma o En bandeja de plata, de Don Chaffey, Blake Edwards, Richard Lester y Billy Wilder, respectivamente. ¿Alguien da más? Fue el año en que el Madrid ganó al Partizán de Belgrado su última copa de Europa (?), en blanco y negro. También Manolo Santana ganó Wimbledon, derrotando en la final al norteamericano Dennis Ralston, lo que le valió ser designado número 1 del tenis mundial. ¡Qué años los de aquella prodigiosa década!

Estas cosas que parece que me salen de carrerilla, cómo si las hubiese aprendido nada más llegar, las sé porque, por encima de los imprecisos recuerdos que retiene mi memoria, mi insaciable curiosidad me ha llevado, tiempo después, a reconocerlas, revisitarlas y reelaborarlas. Cuando llegué a la ciudad, con catorce marzos recién cumplidos, apenas alcanzaba a ver lo que acontecía poco más allá de las estrechas veredas y las pequeñas heredades de mi pueblo. En el mejor de los casos tenía una vaga impresión de lo que acaecía en la ciudad de Valencia, o mejor dicho, de lo que mostraba de aquella realidad la sección “miscelánea de actualidad” que solía incluir el diario Las Provincias, que compraba mi tío Bernardo. Eran páginas impresas en papel satinado y entintadas en color verde oscuro, como el de los uniformes de la guardia civil, que recogían los ecos de sociedad y otras anécdotas amables de la vida metropolitana, que me encantaba ojear y también recortar de vez en cuando. Todavía desconozco qué me inclinaba a ello, pero, sinceramente, me agradaba, de la misma manera que me complacía repasar los catálogos de libros de las editoriales Bruguera, Plaza y Janés, Gredos, Planeta, Espasa Calpe, Labor, Salvat, Seix Barral, Ediciones Toray, y tantas otras, o los folletos que anunciaban los cursos CCC y de la Academia CEAC, a los que estaba suscrito porque eran gratuitos.

Fraga y el embajador norteamericano
bañándose en la playa de Palomares.
Si existe una fecha concreta de 1966 que sea especialmente célebre es, sin duda, el 17 de enero. Ese día se produjo el “incidente de Palomares”, que no es sino una referencia eufemística al accidente nuclear ocurrido en el cielo de la localidad almeriense, donde colisionaron fortuitamente, durante un repostaje en vuelo, el avión nodriza y un bombardero B52. Ello ocasionó el fallecimiento de siete u ocho militares, así como que se precipitasen sobre el mar y la zona costera colindante los restos de los aparatos, que incluían cuatro bombas nucleares que no explosionaron, aunque sí contaminaron la zona. La imagen del entonces Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, y del embajador norteamericano bañándose en la playa de Palomares para intentar desdramatizar el accidente dio la vuelta al mundo, aunque no sé si contribuyó a disipar los temores de lugareños y turistas.

El año de 1966 llegaron a España las primeras noticias de los hippies, unas gentes de apariencia primitiva, que se mostraban públicamente semidesnudas, con el pelo asalvajado y desmesuradamente largo, que se autodenominaban pacifistas y que no eran nada materialistas. Habitaban en California y en otros lugares de Norteamérica y propagaban un lema universal, Peace, que era indisoluble de su flower power, su marihuana y sus músicas –rock psicodélico, groove y folk contestatario– que tan especialmente interpretaban artistas como Janis Joplin, Joan Baez, Creedence Clearwater Revival, Crosby, Stills, Nash & Young, Santana, The Who, Jefferson Airplane o Jimi Hendrix.

Por estos pagos patrios, ese año arrancó en la Cadena Ser el programa Los 40 principales, siendo su primer número uno Monday, monday, de los extraordinarios The Mamas & the Papas. Además, por una extraña coincidencia, Jackie Kennedy apareció simultáneamente, y por primera vez, en minifalda... y en público. Fue el año que comenzaba la revolución cultural china, mientras aquí se vendían los discos de Raphael. Aquel mítico single Yo soy aquel, y los no menos legendarios Con un sorbito de champán, de los Brincos; y Black is black, de Los Bravos, que hace años convertí en la señal de llamada de mi teléfono. En la vorágine estival triunfaron Juanita banana, adaptación de una canción popular mejicana que hicieron los norteamericanos Tash Howard y Murray Kenton; las versiones de Guantanamera que crearon Pete Seeger, The Weavers y Joan Baez; y también, cómo olvidarlo, Yellow submarine, de los Beatles.

Esta vorágine de acontecimientos que, obviamente, he metabolizado posteriormente porque entonces apenas si tuve tiempo de reparar en su discurrir, significaron para mí, siquiera inconscientemente, la eclosión a una nueva vida, a un nuevo periplo que, desde aquella soledad inicial y vespertina que sentí el día de mi llegada –a la que aludí en otra ocasión–, me ha traído hasta aquí y me ha hecho ser quien soy, entre los míos y entre mis amigos. En esta segunda patria me he impregnado de aprendizajes, costumbres y quimeras que me han procurado los años y que he intentado entremezclar, aunque no siempre lo he conseguido, con el poso que traía de origen. Hoy la sustancia mestiza que me conforma es la médula de mi arquitectura vital. Por eso, celebro haber llegado entonces al puerto en que encontré mi destino, en el que he permanecido medio siglo y en el que he empeñado mis mejores afanes. Pese a que a veces critico algunas de sus cosas –con la boca pequeña, todo hay que decirlo–, mientras tenga conciencia agradeceré a esta tierra y a sus gentes su generosa y cordial acogida.

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